Cómo definen las empresas su estrategia?

Todas las empresas, en el desarrollo de sus negocios, están ejecutando una estrategia. Sin importar el nivel de formalidad, conciencia o sofisticación con el cual está diseñada, cada organización ha escogido unas metas y la forma de lograrlas, y tal estrategia se hace explícita en sus políticas, su estructura organizacional, sus mercados objetivo, su forma de competir y sus decisiones cotidianas.

Un paradigma extendido en el ámbito empresarial, común incluso entre ejecutivos formados académicamente, predica que solo es posible llegar a formular una buena estrategia mediante un minucioso y metódico ejercicio de planeación, que se nutre de análisis densos de información amplia. Sin embargo, expertos en temas de estrategia sostienen que tal premisa es equivocada, desde reputados académicos como Henry Mintzberg hasta reconocidos consultores como los miembros de la firma Boston Consulting Group y autores del libro Su estrategia necesita una estrategia. 

Para algunos de ellos, la planeación es apenas uno de los caminos para definir la estrategia. Para otros, concebir la definición de la estrategia como planeación, es decir, como la construcción de un plan, es incluso contraproducente en tanto restringe la creatividad, ignora la incertidumbre, limita la flexibilidad y es excluyente con el largo plazo, en síntesis, minimiza la relevancia de elementos claves que deben estar presentes al momento de ejecutarla, y la hace proclive a una precoz obsolescencia. 

La experiencia como consultor me ha permitido evidenciar en la práctica que, en efecto, las empresas construyen su estrategia de diversas maneras, acorde con sus circunstancias, así como reconocer que no hay una fórmula estándar que sea aplicable y conveniente para todas. Algunas definen su estrategia en función de su entorno. 

Están las que buscan a su alrededor oportunidades que se ajusten a sus capacidades y experiencia, e incluso a su cultura y reputación, o las que simplemente van evolucionando reactivamente en un proceso de adaptación contínuo a los cambios en su entorno. Otras hacen camino al andar y definen su estrategia desde su propia inercia, y están las que optan por analizar y planear, práctica común para compañías en entornos predecibles y poco maleables por sus acciones, y en industrias maduras. En otro extremo del espectro están las que enfrentan un ambiente poco predecible, volátil y a veces maleable, y en estas la estrategia va tomando forma desde su aprendizaje, con mínima planeación y mucha imaginación, y en algunos casos incluso adoptando un modelo de prueba y error para buscar luego escalar los aciertos. Es el modelo preferido por algunos emprendedores y por ejecutivos visionarios en industrias jóvenes.

En algunas empresas la estrategia es definida por la voluntad de su dueño, quien suele conocer bien su negocio y tiene una idea clara de cómo desarrollarlo. Coloquialmente, la denomino la metodología de la ‘regla de oro’: quien pone el oro, pone las reglas. En firmas con dificultades financieras, las alternativas se reducen y la estrategia se construye en función de la necesidad de supervivencia. 

En conclusión, existen diversas alternativas para definir la estrategia y todas ellas son válidas y legítimas. Al fin y al cabo, la calidad de una estrategia se mide por sus resultados más que por la forma en la que fue concebida.

Decisiones estratégicas

Decisiones estratégicas: ¿Cómo identificarlas? Reflexiones empresariales aPeter Drucker planteaba que los ejecutivos se deben enfocar en tomar unas pocas decisiones importantes que requieren el más alto nivel de entendimiento conceptual.

Estrategia es una palabra de uso común en el ámbito de los negocios y, pese a ello, su definición concreta como campo de estudio o práctica profesional ha sido motivo de amplios debates a nivel académico y corporativo. Un estudio efectuado en el 2012 detectó cerca de un centenar de definiciones distintas en publicaciones académicas entre 1965 y 2008. Aun así, la concepción de estrategia como un conjunto de decisiones es común en definiciones que van desde la propuesta por Kenneth Andrews en los años 70, hasta la planteada en el 2017 por McKinsey.

Peter Drucker, un influyente pensador del siglo XX en temas de gerencia, publicó hace 40 años ‘La decisión efectiva’ en la revista Harvard Business Review. Planteaba, que los ejecutivos se deben enfocar en tomar unas pocas decisiones importantes que requieren el más alto nivel de entendimiento conceptual. Esa es su tarea más específica, pues decisión implica el final de la deliberación y el comienzo de la acción. Esa invitación a tener foco respecto a los temas de los cuales ocuparse, la podríamos hacer extensiva a una junta directiva por la dimensión y variedad de las decisiones no rutinarias que escalan hasta ella, además de las que le corresponden dentro de su ámbito de responsabilidad. 

No suele ser fácil enfocar las conversaciones de una junta directiva o de un comité ejecutivo en las decisiones estratégicas. Con frecuencia caemos en la tentación de denominar como estratégico todo aquello que queremos hacer aparecer como importante. Sin embargo, las verdaderas decisiones estratégicas tienen ciertas características que les son propias. En esta época de evaluaciones y proyecciones, es útil saber identificar tales decisiones para invertir de manera inteligente el tiempo de reflexión que nos resta en las empresas antes de concluir el año.

El espectro de las decisiones estratégicas es amplio. Todas tienden a estar relacionadas con la sostenibilidad de una organización en el mediano y largo plazo, y son significativas, en términos de los recursos de todo tipo que se comprometen y los precedentes que se establecen para tomar decisiones posteriores. Tienden a ser decisiones con un nivel de riesgo implícito elevado, las cuales es necesario enfrentar comúnmente con información incompleta. Expertos en ciencias de la decisión anotan que suelen ser poco estructuradas, no rutinarias, no siempre programadas, y con frecuencia difíciles o costosas de reversar una vez tomadas. 

Las decisiones estratégicas no siempre son urgentes, y siempre son importantes. Pueden o no ser relevantes en cuanto a magnitud económica, suelen involucrar una alta complejidad organizacional respecto al número de partes interesadas que se requiere alinear, implican una elevada complejidad analítica en tanto no son obvias o evidentes, y son demandantes en tiempo, ya que requieren con frecuencia un proceso de maduración. Ellas siempre avanzan de forma relevante la ejecución de la estrategia. Por eso pueden generar cambios en la estructura organizacional, los procesos claves y sus métricas, y la cultura; además de impactar la amplitud del portafolio de mercados y productos de una empresa e incluso su forma de competir y generar valor a sus clientes.
“La vida es la suma de todas tus elecciones”, decía Albert Camus. Tales elecciones vitales, en el ámbito empresarial, son las decisiones estratégicas.

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MBA para generalistas y especialistas

El MBA es un programa de naturaleza generalista, posterior al cual es posible especializarse siguiendo diversos caminos.

El programa de posgrado de maestría en administración de empresas, conocido como MBA por su sigla en inglés (Master of Business Administration), es uno de los más apetecidos y populares entre profesionales de distintas disciplinas. En la actualidad, la oferta de dicho programa a nivel internacional es amplia en términos de modalidades, énfasis, costo y perfiles de sus estudiantes, entre otras variables.

He tenido la oportunidad de acercarme al mundo del MBA desde cursar dicho programa en dos ocasiones (uno de tiempo completo en Colombia y otro en versión ejecutiva en el exterior), como catedrático en el área de estrategia en universidades que lo ofrecen (Universidad de los Andes y Universidad Eafit en Colombia), y a nivel profesional compartiendo retos con ejecutivos egresados del mismo. Desde esa experiencia, planteo las siguientes reflexiones para aquellos que están considerando un MBA como alternativa educativa, o incluso para quienes ya lo cursan y llegaron a él sin algunas claridades acerca del propósito del programa.

El programa de MBA es, por definición, una formación en temas administrativos y gerenciales de naturaleza generalista. Su característica es precisamente ofrecer en el pensum un amplio abanico de temas con los cuales los estudiantes alcanzan una formación integral de mediana profundidad. Es común que los programas ofrezcan algunas materias electivas que le permiten precisamente a cada participante profundizar en algunas áreas de su interés. Por ese motivo, los egresados de un MBA no son típicamente especialistas en algún tema de la administración producto de su título. De hecho, una motivación frecuente de quienes cursan el programa es ampliar su conocimiento general alrededor de temas de negocios (en procura de algo así como “des-especializarse”), y mejorar así las posibilidades en términos del desarrollo de su carrera en el ámbito corporativo o de su emprendimiento, por ejemplo.

He evidenciado, sin embargo, la preocupación de algunos estudiantes y egresados por la mirada relativamente superficial que en un MBA se da a algunos temas. Tal situación tiene solución. Diversos caminos le permiten a un egresado de un MBA avanzar a especializarse en un área puntual de la administración, algunos de ellos son:

–         Experiencia: Aprender haciendo es una excelente opción para desarrollar experticia en alguno de los campos de la administración. Buscar oportunidades en ámbitos nuevos respecto a los recorridos dentro de una organización es una posibilidad legítima para un egresado de un MBA que planea hacer carrera en una empresa.

–         Estudios de especialización: Es común que alguien que cursa un programa de especialización en algún área del conocimiento en administración opte posteriormente a cursar un MBA para obtener una visión más amplia y general del mundo gerencial. Aún así, sería perfectamente comprensible también que un egresado de un MBA decida posteriormente cursar un programa de especialización en un área de su interés.

–         Cursos de educación ejecutiva y diplomados: Son una alternativa para lograr, en un tiempo corto y de manera muy efectiva, conocimiento y competencias en un área específica. Además, son una opción menos costosa que hacer otro posgrado y ayudan a legitimar, de manera formal, las competencias de quienes los toman.

–         MOOCS (Massive open online course): Los cursos en línea (conocidos como Moocs por su sigla en inglés), son una alternativa moderna, en muchas ocasiones gratuita, para adquirir herramientas específicas de conocimiento pertinentes para el desarrollo profesional, algunos con la formalidad de un certificado, otros no. Dos interesantes plataformas de este tipo de cursos son Coursera (www.coursera.org), y la plataforma de LinkedIn, Lynda (www.lynda.com). Para temas más específicos, y menos comunes en las aulas tradicionales de clase, la plataforma “Learning” de LinkedIn ofrece cursos muy cortos y prácticos a un costo razonable, algunos gratuitos.

–         Lectura: Ser autodidacta, mediante la lectura de libros especializados y publicaciones periódicas, es otra excelente alternativa para ganar competencias más profundas en áreas puntuales (vale decir que en muchos casos no hace falta leer, simplemente escuchar libros o los llamados “podcasts”, u observar material multimedia). Así mismo, el conocimiento publicado por parte de universidades y de firmas consultoras especializadas es una buena fuente para mantenerse al día. En el área de estrategia, por ejemplo, recomiendo las publicaciones de Harvard Business Review (www.hbr.org), de McKinsey (www.mckinsey.com) y de Strategy + Business de Strategy&, división de PwC (www.strategy-business.com).

A la pregunta de cuál de las alternativas anteriores es mejor (que se suman a otras no mencionadas y quizás existentes), mi respuesta es que todo depende del nivel de profundidad deseado, de la velocidad requerida para la adquisición de competencias, de la disponibilidad de recursos económicos y de tiempo, de las competencias en idioma Inglés (muy importante para formarse en temas de negocios), y de la formalidad y legitimidad requerida (por ejemplo, tipo de programa y de institución, duración, modalidad, certificación, entre otros). Para una perspectiva adicional respecto a este tema, recomiendo la lectura del artículo de Dorie Clark publicado en Harvard Business Review, “Do You Need a Formal Degree, or Will a MOOC Do?”

Cerrar brechas y vacíos de conocimiento una vez concluido el MBA es posible y necesario. El MBA es una plataforma amplia donde se aprende a aprender, donde se presenta el bosque sin detallar los árboles, en el cual descubrimos aquellos temas de la gerencia que más nos interesan, así como aptitudes que no habíamos identificado por no haber estado expuestos desde la experiencia profesional a tales asuntos.

Los tiempos actuales invitan a que cualquier profesional, en cualquier disciplina, con o sin estudios de posgrado como un MBA, conserve la curiosidad por aprender y por lo tanto explore cualquiera o varias de las alternativas aquí mencionadas para mantenerse vigente y estar a la vanguardia en su área de interés. Con todos los recursos disponibles, y de fácil acceso, no hay excusa para no hacerlo.

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¿Consultoría? Depende para qué

En el ámbito empresarial, al contratar una consultoría es fundamental tener claridad integral acerca de su propósito para que sea exitosa.

Soy consultor. Después de 20 años en el ámbito ejecutivo, migré de carrera y en mi paso por el mundo corporativo recibí diversas consultorías. Con una mirada integral desde las dos orillas, veo claro el valor que puede generar una buena consultoría en cualquier tema de negocios, y también la importancia de clarificar muy bien entre el cliente y la firma consultora el propósito de la misma como factor clave de éxito.

En estos meses he reconocido varios tipos de consultoría. Una de ellas la denomino consultoría prescriptiva. Este es el caso en el cual una firma consultora es contratada para decirle al cliente exactamente qué es lo que debe hacer respecto a un asunto específico. El propósito entonces es traer respuestas e implementarlas. Un segundo tipo lo denomino la consultoría de formación. En ella la firma consultora llega a desarrollar competencias en equipos o individuos al interior de la empresa, y a proveer a las personas de herramientas para hacer mejor su trabajo. El tercer tipo lo llamo consultoría de facilitación. En este caso, la empresa invita a una firma consultora para que propicie la construcción de una solución para algún asunto desde el conocimiento interno, donde ésta última aporta metodologías, facilita el diálogo y promueve el avance a acuerdos. Una cuarta versión es la consultoría de legitimación. Me refiero así a aquella en la cual la firma consultora llega con su experticia a validar, desde su posición de tercero externo, algo que la mayoría al interior de la empresa ya sabe, con el propósito además de disminuir fricciones, superar resistencias parciales, o generar más confianza a los decisores del más alto nivel.

En todos los cuatro tipos mencionados, he reconocido dos estilos bien distintos de consultoría. Uno, el que denomino consultoría de formato. La firma consultora ofrece un producto o metodología estándar para resolver en la empresa una necesidad de la misma naturaleza. El segundo, lo denomino consultoría de cocreación, en alusión al término acuñado en el ámbito de la estrategia empresarial por C. K. Prahalad y Venkat Ramaswamy en un artículo publicado por Harvard Business Review en el año 2000. En este esquema, el cliente es un elemento activo en la creación, con el consultor, del producto o metodología para resolver su necesidad desde el diseño de una experiencia singular, a diferencia del primero en el cual su papel es más el de un actor pasivo que aplica un estándar.

Las ocho modelos de consultoría, que surgen de cruzar los cuatro tipos con los dos estilos, son bien distintos entre sí. Por su parte, las necesidades de las empresas, tan singulares a veces como ellas mismas, requieren con frecuencia atención con modelos que son una mezcla de varios de los anteriores, y quizás de otros no mencionados. Para acertar con el modelo a utilizar, la empresa debe tener claro respecto a la consultoría el para qué, esto es, cuál es su necesidad y lo que puntual e integralmente le interesa resolver.

¿Qué será éxito al final de la consultoría? La respuesta es el insumo para orientar a la firma consultora, lo cual mejora sustancialmente la probabilidad de lograr el resultado esperado. Este diálogo es relevante en tanto, en estos meses, he validado además que siempre las empresas son quienes mejor conocen su negocio, y que la respuesta a la mayoría de sus preguntas habita discretamente en su amplio conocimiento interior.

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¿Cómo evaluar al gerente general?

Criterios a considerar por parte de la Junta Directiva al evaluar a un Gerente General para asegurar una verdadera creación de valor sostenible.

Una función básica de la junta directiva es la selección del gerente general, presidente o cabeza ejecutiva de la organización que orienta. Su tarea involucra además hacer una evaluación periódica de su desempeño, y son múltiples los aspectos que la misma debe incluir.

En el ámbito empresarial, es común la inercia a considerar que el principal aspecto para evaluar a un gerente es el resultado económico del negocio. La rentabilidad como métrica, sin embargo, es insuficiente para calibrar el desempeño y la situación financiera de una empresa, y privilegiarla como único indicador puede incluso generar incentivos indeseables para la gerencia. La Junta necesita balancear la inclinación común de los gerentes a privilegiar el corto plazo, y es por ello que en su evaluación debe considerar como buena administración aquella que cuida también otros criterios claves, a saber: el retorno sobre el capital, la gestión de los activos, el cuidado de la caja, la gestión del riesgo, el endeudamiento y las tasas de interés, y en general aquellos que apuntan a la construcción de una salud financiera estructural.

Hay otros aspectos de fondo al evaluar a un gerente general, tan sustanciales como el financiero, en tanto es fundamental el resultado en dichos ámbitos para la sostenibilidad de una organización. El primer ejecutivo de la empresa debe gestionar, con la Junta y con su equipo, la construcción de una plena claridad estratégica que le permita ser proactivo y coherente en la toma de decisiones. De ella surgen los objetivos para el desarrollo del negocio.

Así mismo, este líder debe promover la evolución de una cultura organizacional apropiada para la estrategia, sustentada en los valores de la entidad, y alineada con las políticas y parámetros acordados con la Junta. Sumado a ello, un gerente general debe darle la más alta importancia a su propio desarrollo, cerrando brechas de conocimiento y competencia, y a la gestión del talento humano, conformando un excelente equipo de trabajo, garantizando planes de sucesión en cargos claves incluso el suyo, promoviendo el fortalecimiento de competencias estratégicas en las personas, y monitoreando el clima laboral, entre otros aspectos.

La relación con la Junta es otra faceta a considerar, en especial la actitud de la gerencia frente al control y al consejo, pilares del papel de ese órgano de gobierno. La claridad y fluidez en la comunicación, la oportunidad y calidad de la información compartida, el acatamiento a la orientación que recibe, y la respuesta a las indicaciones de las áreas de control interno y externo, son criterios relevantes. Finalmente, el impecable cuidado a la reputación de la empresa y propia debe ser evaluado. Un gerente general es un ícono tanto en términos del ejemplo que da al interior como de lo que la empresa quiere representar para sus partes interesadas hacia el exterior.

La evaluación del gerente general gravita alrededor de un abanico de funciones que le competen. No sorprende que el líder de una empresa con positivo desempeño financiero sea relevado de su cargo tras la falta de resultados o fallas en otros frentes que comprometen gravemente la sostenibilidad de la organización. Al evaluar el más alto nivel del liderazgo las empresas deben privilegiar los resultados integrales, y cuidarse de no caer en el error, por ejemplo, de poner a competir lo ético y reputacional con lo financiero.

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Virtualidad circunstancial

La relevancia y ventajas de la virtualidad para las Juntas Directivas en tiempos de dificultades para los desplazamientos aéreos en Colombia.

Los hechos nos llevan a experimentar por necesidad aquello a lo cual nos hemos resistido. Las dificultades para los viajes aéreos que hemos enfrentado en días recientes han materializado la verdad de dicho planteamiento en diferentes ámbitos de nuestra vida cotidiana.

A nivel empresarial, por ejemplo, una de esas experiencias de la cual muchos hemos sido testigos es el rescate de la virtualidad como forma legítima y eficiente de trabajar. Y hablo de rescate porque aquella pasó a un segundo plano en múltiples organizaciones quizás por la fuerza de las costumbres, por la desconfianza en la tecnología, por el temor a adoptarla, o por la falta de conciencia en cuanto al uso de los recursos, en particular el tiempo y el dinero.

Las circunstancias actuales nos han llevado a acoger aún más la virtualidad en distintos ámbitos para mantener la dinámica de nuestro quehacer corporativo, en instancias incluso como las Juntas Directivas que, por la ortodoxia tradicional de algunas, valoran la presencia física en el sitio habitual de encuentro. Y que grata ha sido la experiencia virtual también para los más escépticos.

La virtualidad tiene grandes ventajas para una Junta Directiva, entre otras la posibilidad de empezar a tiempo en ausencia de excusas atribuibles a la logística, la mayor facilidad para coordinar agendas de personas ocupadas, la trascendencia de las limitaciones geográficas, la comodidad para los asistentes por evitarles desplazamientos lo cual se torna en una especie de remuneración emocional, el uso más eficiente del tiempo dada la relevancia de la síntesis y de respetar el uso de la palabra, y la demanda de atención más cercana para seguir el hilo conductor de las conversaciones. Nos damos licencia para distraernos cuando asistimos en persona precisamente porque consideramos que la sola presencia del cuerpo es sinónimo de atención y conexión, premisa a todas luces equivocada. En la virtualidad la premisa es contraria, se presume la falta de atención de los ausentes físicamente, lo cual se vuelve un incentivo para estar más atentos y probar lo contrario. Y además de ahorrar tiempo y dinero, la virtualidad es ambientalmente más amigable.

Por supuesto, la virtualidad está también llena de retos. Quizás entre los mayores se encuentran la cultura de las organizaciones y nuestros hábitos individuales de trabajo. Así mismo, la virtualidad limita la integralidad plena del ritual humano de comunicarse e interactuar, más aún cuando las herramientas tecnológicas disponibles no son apropiadas. Existen ya de hecho capacitaciones especializadas para equipos y personas entorno a las mejores prácticas para dirigir y participar de reuniones virtuales. No es intuitivo y requiere, por lo tanto, de actitud y competencias.

Con todo ello, la relación costo beneficio de la experiencia pareciera ser por ahora positiva según distintas interacciones que he sostenido con algunos amigos de la ortodoxia presencial que se vieron inmersos, muy a su pesar, en este fenómeno de la virtualidad circunstancial. Aceptarla, adoptarla y practicarla son tareas todas que, por estos días, podemos reconsiderar en aquellas organizaciones donde la virtualidad es vista como una excentricidad o apenas como una alternativa marginal al deber ser. En aquellos casos donde la fuerza de los hechos venció la resistencia, quizás la bondad del experimento contribuya a redefinir sus paradigmas.

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Las competencias profesionales del futuro

Competencias profesionales claves para el futuro serán aquellas que se complementen con la tecnología. Trascenderse a sí mismo es vital para cultivarlas.

Vivimos tiempos de un profundo y veloz cambio tecnológico. Evidenciamos hoy en la forma de hacer negocios, de gestionar las organizaciones y de trabajar el impacto de la digitalización, la analítica, la inteligencia artificial y la automatización. Respecto a ésta última, James Manyika, director del Instituto Global de McKinsey, se refirió recientemente a un estudio de esa consultora según el cual cerca de 60% de las ocupaciones actuales tiene hasta 30% de actividades que pueden ser automatizadas. Ante realidades como esta, y frente a la expectativa de cambios aún más profundos, bien vale la pena reflexionar sobre algunas competencias profesionales y personales que, según expertos, serán vigentes y necesarias en el futuro a nivel organizacional, además de aquellas propias de la condición humana que serán complementarias y no excluyentes respecto a la tecnología.

Una competencia básica a cultivar es la flexibilidad para adaptarse. Tenemos certeza sobre la promesa de más cambio en el futuro. Así entonces, se vuelven críticos la disposición y el interés por aprender a lo largo de la vida, y trascender el paradigma según el cual tal proceso solo sucede cuando estamos jóvenes. La competencia de aprender a aprender, y a desaprender, es ahora de pertinencia cotidiana. Incluso aprender por nosotros mismos, sin depender siempre de la educación formal, movidos por la curiosidad y aceptando nuevas maneras de instrucción, se hace vital para estar vigentes y a la vanguardia. Adaptación y aprendizaje son pilares a su vez para desarrollar nuevas competencias al ritmo del cambio, sin rezago, y para hacer migraciones exitosas de carrera. Seguirán siendo igualmente vigentes, en un entorno altamente tecnológico, las denominadas capacidades blandas: pensamiento estratégico, comunicación, liderazgo, inteligencia emocional y negociación, entre otras. Estas capacidades son vitales para el adecuado funcionamiento de las comunidades humanas y para la gestión de las organizaciones, son difícilmente reemplazables por la tecnología y en cambio facilitan el aprovechamiento de sus bondades.

Otras competencias humanas seguirán siendo pertinentes para procesos organizacionales críticos y cotidianos como la toma de decisiones. Así entonces, son complemento a la tecnología la capacidad de seleccionar la información adecuada para ser analizada, la habilidad para interpretar lo numérico e integrarlo a la narrativa humana, la sensibilidad para analizar de manera conjugada la información cuantitativa y cualitativa, la competencia para vincular la experiencia en los procesos de análisis en especial en presencia de información incompleta, y la inteligencia para imaginar soluciones desde la creatividad. Y por encima de todo, las organizaciones son de humanos y trabajan para humanos, por eso la irremplazable capacidad de observarnos unos a otros siempre será vigente.

El nuevo mundo, denso en tecnología, nos promete enormes retos y posibilidades en lo profesional. Y dos actitudes son clave para una mirada confiada al futuro: la primera, desafiar el paradigma que tenemos sobre cada uno de nosotros. Somos lo que somos, pero no necesariamente lo que seremos. Es nuestra escogencia. Y la segunda, la curiosidad. Necesitamos arriesgarnos a ensayar y a aprender para descubrir en nosotros nuevos gustos, competencias y talentos. No tema al cambio, trascenderse a sí mismo es la respuesta.

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How to Move Strategy From Words to Results

There are key factors for moving strategy from a theoretical formulation to tangible results. In this article, I explore from my experience the most relevant factors and why they matter in this process.

“A mediocre strategy that is well-executed yields better results than a brilliant strategy that is poorly executed.” 

A statement like this, as popular as it is controversial, motivates this brief examination of some of the elements that experts prescribe as the key factors for translating strategy into the generation of tangible results. Here, I will explore the most common and relevant factors that I have found during my time as an executive, and now as a consultant in the field of strategy, who is also in the final stage of a doctoral degree in the subject. 

Clear strategy

A clear vision and understanding of the strategy itself, so that it is simple yet challenging, but mainly easy to communicate, are definitely fundamental requirements for moving execution forward. At this point, I should note that one of the controversies in academia and among some consultants gravitates around two contrasting views: (1) strategy formulation and execution are two separate processes, and (2) they are interacting parts of the same process. Given what I have witnessed, from a practical point of view, a good strategy formulation is critical for execution, and that same execution is also a valuable source of feedback for refining that formulation. 

Communication, understanding, and identity

A strategy that is easy to share with those involved in execution turns into a call to action, as it generates a strong sense of belonging once people identify with it. Individuals value finding meaning in what they do. That is why a deep understanding of the company´s short- and long-term goals, its value propositions to customers, and its key levers to successfully compete and differentiate allows them to recognize the relevance of their daily contribution. In fact, a necessary condition for the attainment of good execution is the generous communication of the strategy so that people understand it, trust it, and finally make it their own. Therefore, communication is not a one-time event. It is actually an ongoing process through which people gain confidence and identity. In the sphere of corporate strategy, simplicity also represents the highest sophistication: It generates clarity, engagement, and results.

Human factors

Another indispensable factor on the path from imagination to reality is related to human talent and the way in which it is organized. Practice has shown me the truth behind Drucker´s famed saying that “culture eats strategy for breakfast.” Therefore, besides the necessary leadership, it is vital to have an organizational culture that fits the chosen strategy. A clear strategy is also valuable for identifying the required people’s skills and mindsets, as well as for assembling a structure that favors the organization’s key processes for delivering value to customers. A good structure also precisely defines responsibilities and decision rights, which are two powerful engines for moving implementation forward.

Resources

A critical issue for execution is how far we can count on resources. Whether they are related to finance, infrastructure, experience, or, as is very often the case, talent, strategies that are outlined in unrealistic terms (for instance, merely as a desire and with only a long-term focus), often turn inviable due to lack of resources. Long-term goals are reached after traveling the short- and medium-term roads. In fact, companies that show outstanding results focus their first scarce and costly resources on critical issues that allow for early victories. They do this in order to set the process in motion, thus building confidence in all stakeholders. And this is another key issue: Gaining early, positive inertia is critical for successful execution.

Metrics

Experts always suggest that the definition of the metrics that will allow for the right monitoring of the execution process is also key for success. And here lies another meaningful challenge: In order to measure what is really strategic, an organization must be very clear about its strategy and goals. A clear strategy allows a company to easily identify the key metrics in order to follow up on execution. And metrics are a powerful tool for aligning resources, clarifying priorities, and generating the right incentives for the people involved.

Formulation vs. execution

When a company is not happy with its results, it is always worth initially checking on its strategy and then its execution. A poorly defined strategy is the most significant obstacle to execution. Experience tells me, however, that execution problems tend to be more common. Perhaps following the elements listed here, in the form of a check list, will allow you to identify some potential sources of difficulty. When it comes to the execution of a carefully formulated strategy, I have also found that the biggest obstacles and opportunities normally exist around issues related to people. These include culture, climate, structure, skills, mindset, compensation, and incentives.

The most relevant decision, however, is to move forward, from diagnosis to treatment, once it is clear what is holding a company back from executing. It is the only way to shorten the process of moving strategy from words to results.

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Strategic Thinking: What It Is, Why It Matters, and How to Develop It

Strategic thinking has become a career-building skill in the business world. It is often mentioned in job profiles for management positions, tends to be included in performance evaluations at all managerial levels, and is highly appreciated in the boardroom. During a time when artificial intelligence and big data are so prevalent, it has become a human skill that is difficult to replace. Many experts agree that anyone can acquire the ability to think strategically, and that this skill can also be developed inside organizations. The question is how to do it.

What It Is

First, it is useful to dispel the myths that strategic thinking is synonymous with foresight and correct prediction of the future, or that it involves a high degree of sophistication and mental complexity reserved only for the few who make it to senior management positions and have earned the right to spend remunerated time philosophizing about business. On the contrary, strategic thinking is present and necessary at every level of any organization. Because survival instincts are one of its key components, strategic thinking is highly democratic, and one of its worst enemies is suffered by all: the dullness of everyday routines that distract from and hamper its operation.

When we talk about strategy in a business context, we refer to making choices and being able to compete in a sustainable way. In his book Good Strategy, Bad Strategy, Richard Rumelt notes that “the core of strategy work is discovering the critical factors in a situation, and designing a way of coordinating and focusing actions to deal with those factors.” Therefore, strategic thinking is thinking with strategy—employing orderly reflection for better decision-making to ensure a company’s future viability. 

This capacity for reflection involves the ability to: 

•       Craft clear goals.

•       Identify possible routes for reaching those goals, along with the necessary resources to achieve them. 

•       Analyze the interactions between the variables for each alternative.

•       Understand the ways in which each planned action will draw us closer to the goals. 

•       Assess the risks and possible collateral consequences, plus the intended results in every possible scenario.

Henry Mintzberg (HBR, 1994) proposed that the most successful strategies are visions and not plans, suggesting that strategic thinking is closer to synthesis than analysis with the connection of points arising from information and experience and their meaning as a unit. Analysis, on the other hand, seeks merely to identify such points. This is the reason why, in the processes of thinking strategically, management experience, intuition, and instincts are complementary to the rationality, academic knowledge, and robust information analyses that might be required. In terms of information, for example, strategic thinking means understanding which pieces we need to seek, analyze, and structure in order to make a decision. Furthermore, it means laying out options even if our information is incomplete, living harmoniously with uncertainty, visualizing possible paths in order to imagine likely results, and anticipating reactions and consequences in a logical and educated manner.

Developing Strategic Thinking 

Developing strategic thinking skills on a personal level requires curiosity and risk-taking. As Nina Bowman has stated (HBR, 2016), questions are the language of strategy. Acting strategically involves being a critical observer who asks, listens, and dares to observe from different angles in order to become aware of surroundings and other people´s views. Likewise, stepping away from your own circle of influence to see the forest rather than the trees, and to detect patterns and cause-effect relationships, is critical in transcending tactical thinking. Thinking strategically requires a certain irreverence and uneasiness with the present, confidence in the malleability of the future, willingness to imagine from a wider perspective, and the ability to embrace the risks of uncertainty.

Robert Kabacoff (HBR, 2014) has suggested that developing strategic thinking skills at the organizational level requires that members are provided with clear information about the chosen strategy so that each person understands how daily tasks relate to its execution. Members must be fed strategic information about what is happening within and outside of the business, as ammunition to promote thinking with— and from— the strategy. The organization also needs to design spaces for strategic thinking, for example, by providing mentors for those who show high potential, and by educating leaders at different levels about the concepts and tools of strategy. The latter will sharpen their ability to observe and analyze, thus improving their contribution to the formulation and execution of the chosen strategic path. A strategic collective vision that is far-reaching and long term opens the door to imagination—the wonderful human ability to simulate the consequences of present decisions. Imagination is the foundation of strategic thinking, giving birth to hypotheses and seeing the future as a collection of possibilities. 

Always keep in mind that boosting the capacity for strategic thinking requires that people and organizations take the time to reflect. Thinking is also true work.

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Dilemas gerenciales

Dilemas gerenciales. Interpretarlos y resolverlos, desde la estrategia y la experiencia, es una competencia ejecutiva fundamental.

La filosofía oriental nos puso de presente el dualismo en el universo con los conceptos del Yin y el Yang, fuerzas interdependientes que, aun siendo opuestas, se complementan y de cuya interacción surge el equilibrio que da paso a la armonía. El ejercicio de la gerencia, como actividad humana, nos pone de manifiesto en forma cotidiana tales tensiones entre fuerzas, las cuales no son siempre opuestas. En una consultoría reciente identificamos más de 20 tensiones cotidianas, donde dos de ellas suelen ser de especial interés en las conversaciones de las Juntas Directivas, de los comités ejecutivos o en las sesiones de estrategia en las empresas.
En primer lugar, la tensión entre la gestión del corto plazo y la visión del largo plazo. Nuestras culturas latinas se caracterizan por su tendencia a privilegiar el corto plazo, y factores como el esquema tradicional de incentivos a la alta dirección y el tipo de propiedad, por ejemplo el estar la empresa listada en una bolsa de valores, exacerban tal condición. La claridad en la estrategia de la empresa es fundamental para garantizar que lo que hacemos hoy es coherente con el mañana que imaginamos, pero en entornos tan cambiantes es común encontrar que los caminos que diseñamos hoy hacia el futuro dejan intempestivamente de ser los obvios. Y aparecen así nuevas tensiones: entre lo urgente y lo importante, entre lo coyuntural y lo estructural, entre lo no planeado que requiere atención pronta y el plan original.

Una segunda tensión clásica es aquella entre la rentabilidad y el crecimiento. No siendo siempre incompatibles, con frecuencia el crecimiento trae consigo riesgos, costos y complejidades, todos ellos amenazas para la rentabilidad. Diversificarse e innovar, por ejemplo, son rutas para el crecimiento que no están libres de dificultades y que traen implícita una dosis de incertidumbre.
Estas tensiones, que aparecen y desaparecen, que varían de intensidad en el tiempo, y que son reconocidas como inherentes al ejercicio gerencial, son incluso motivo de investigación y han sido denominadas por los académicos contemporáneos como “pares dialógicos” o parejas que dialogan, en una clara referencia al reto que tenemos como ejecutivos de entender la complementariedad entre tales fuerzas y de encontrar, para cada organización, el adecuado equilibrio entre ellas dada su inevitable presencia.
Visto desde la práctica, enfrentar tales tensiones como un espectro entre dos extremos en el cual es posible encontrar un justo medio adecuado a la estrategia para cada caso, más que como dilemas en los cuales es indispensable escoger alguno de sus extremos, es el camino más razonable. Así entonces, convivir cómodamente con un oficio donde abundan estas tensiones se convierte en una valiosa competencia gerencial, y nos recuerda que la administración es un oficio que tiene tanto de ciencia como de arte. De allí que la experiencia sea un activo fundamental para su exitoso ejercicio.

Heráclito, un filósofo griego, nos invitó a ver el mundo desde la aceptación del cambio incesante, como un proceso continuo de tensión y transformación al que nada escapa y mediante el cual se llega a la armonía. Y nos dejó esta frase de esperanza útil para perseverar en procura de encontrar múltiples equilibrios entre tantas fuerzas que en tensión dan origen a los dilemas gerenciales: “La armonía invisible es mayor que la armonía visible”.

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Entre la frustración y la angustia

En estrategia, la formulación y la ejecución son eslabones de un mismo proceso, los síntomas de problemas en cada uno son diferentes.

“Esta conversación parece un déjà vu”, exclamó impaciente un participante en una reunión que orienté recientemente en el proceso de revisión de la estrategia de una empresa. Dicha expresión hace referencia a esa sensación extraña de haber vivido ya antes un momento que está sucediendo en el presente. Con frecuencia, notamos que en las conversaciones sobre estrategia los temas pendientes se repiten, que las intenciones de hacer algo se reiteran, que una decisión por tomar sigue en espera; en síntesis, que ‘hablamos otra vez de lo mismo’.

Un reciente documento de la consultora McKinsey define la estrategia como “un conjunto integrado de decisiones difíciles de reversar, que se toman con anticipación enfrentados a la incertidumbre, para crear y capturar valor”. Tales decisiones estratégicas, aquellas del tipo que definen el futuro de una organización, hacen referencia a la formulación de la estrategia. Un tema que llama la atención de los estudiosos de este campo es la brecha que aparece entre las decisiones que se toman y su implementación; es decir, entre la formulación y la ejecución de la estrategia.

Algunos especialistas culpan de tal síntoma al hecho de ver la formulación y la ejecución como fases separadas, cuando realmente son complementarias e interdependientes, y parte de un mismo proceso. De una parte, la ejecución depende, en buena medida, de la calidad de la estrategia formulada. Una buena estrategia es concreta, con escogencias claras, y define muy bien las competencias y recursos que son coherentes con su propósito. Permite, además, diseñar, sin ambigüedades, la propuesta de valor a los clientes elegidos, la estructura organizacional y los procesos claves para ejecutarla, las métricas para hacerle seguimiento a su desempeño y los rasgos de cultura organizacional que mejor le sirven para ser exitosa. De otra parte, la ejecución pone a prueba la estrategia planteada y retroalimenta permanentemente el proceso continuo de seguirla ajustando, de mejorar su formulación. En estrategia es válido hacer camino al andar. Es por ello que en los ejercicios de formulación o revisión de la estrategia es fundamental que también participen las personas claves involucradas en su ejecución. 

Así, cuando percibimos problemas de ejecución, siempre es a lugar dar una mirada primero a la estrategia formulada: ¿por qué no la ejecutamos? Cuando al discutir sobre su estrategia un equipo gerencial habla con frecuencia de lo mismo, llegando incluso a sentir fatiga por la redundancia, es factible pensar que tiene claridad estratégica y que, eventualmente, necesita dar pasos más firmes hacia la ejecución para salir del estado de frustración que ello genera. Caso distinto, y quizás más preocupante, es cuando cada vez que el equipo habla de su estrategia, lo hace en sentidos diferentes. Esto puede ser síntoma de la falta de un norte que oriente sus conversaciones, lo que lo sumerge en un mar de dudas y temores, donde lo mueve a ejecutar la urgencia y la improvisación más que la estrategia. Ese es el terreno de la angustia, de no tener claro un destino pretendido. Esas fueron mis palabras de aliento para el preocupado asistente: más allá de la frustración existe la angustia, y más pronto se resuelven los problemas de ejecución –cuando la estrategia es coherente– que aquellos de formulación, cuando seguimos distraídos ejecutando sin hacer una pausa para escoger a dónde ir.

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Pensamiento estratégico

Pensar estratégicamente es una competencia que podemos desarrollar y que puede ser gestionada por las organizaciones. ¿De qué se trata y cómo hacerlo?

En el mundo de los negocios, la capacidad de pensamiento estratégico es una necesidad para quienes en él desean construir una carrera. Aparece, por ejemplo, en los perfiles de búsqueda para cargos gerenciales, y hace parte de las evaluaciones de desempeño para todos los niveles de dirección, incluida la junta directiva. Numerosos estudiosos de la gerencia aceptan que pensar estratégicamente es una competencia que podemos desarrollar y que se puede gestionar en las organizaciones. ¿De qué se trata y cómo hacerlo?

En primer lugar, es de utilidad romper el mito según el cual el pensamiento estratégico es un privilegio innato de ver más allá y anticipar acertadamente el futuro, sinónimo de sofisticación y alta complejidad, reservado para unos pocos que logran llegar a la alta dirección y obtienen así el derecho, a tiempo remunerado, para filosofar alrededor de los negocios. Por el contrario, el pensamiento estratégico es necesario a todos los niveles de la organización, es altamente democrático en tanto que, por ejemplo, los instintos para la supervivencia hacen parte de sus muchos ingredientes, y uno de sus mayores enemigos es padecido por todos: la trampa de la cotidianidad, que nos distrae y entorpece su adecuada operación.

Cuando hablamos de estrategia en las empresas, nos referimos, entre muchos otros aspectos, a escoger y tomar decisiones, a competir y a ser sostenibles en el tiempo. Así, entonces, la capacidad de pensamiento estratégico se asimila a pensar con estrategia, a reflexionar de manera ordenada en procura de decidir acertadamente para ser viables en el futuro. Tal capacidad de reflexión involucra el tener claridad sobre los objetivos, sobre las posibles rutas para alcanzarlos y los recursos necesarios en cada una de ellas, sobre la interacción de las distintas variables en la ecuación que se estructura para cada alternativa, sobre cómo cada acción nos acerca a la meta, así como sobre los riesgos anticipados y las potenciales consecuencias colaterales, adicionales al resultado pretendido, de cada escenario posible. 

Henry Mintzberg (1994) planteó que las estrategias más exitosas son visiones y no planes, y en razón a ello el pensamiento estratégico es más acerca de la síntesis, de unir los puntos que surgen de la información y la experiencia y hacer sentido de ellos en conjunto, que del análisis para identificar tales puntos. Por eso la experiencia gerencial, la intuición e incluso los instintos se integran de forma complementaria a la racionalidad, el conocimiento académico y los análisis robustos de información en los procesos de pensamiento estratégico. 

En términos de información, por ejemplo, pensar estratégicamente es entender cuál es aquella que requerimos conseguir, analizar y articular para tomar decisiones. Más importante aún, significa construir opciones pese a contar con información incompleta, conviviendo armónicamente con la incertidumbre, ideando caminos factibles e imaginando sus resultados posibles, y anticipando de manera lógica y educada reacciones y consecuencias.

Desarrollar la capacidad de pensamiento estratégico, a nivel de las personas, requiere curiosidad. Tal como propone Nina Bowman (2016), las preguntas son el idioma de la estrategia. Ser un observador crítico que pregunta y escucha, que se arriesga a mirar desde varios ángulos para aprender y hacer conciencia de su entorno y de quienes lo rodean, es necesario para ser estratégico. Así mismo, tomar distancia del propio círculo de influencia para procurar ver el bosque completo más allá de los árboles, para detectar patrones y relaciones de causalidad, es crítico para trascender el pensamiento táctico. Pensar estratégicamente requiere de cierta irreverencia e incomodidad con el presente, de confianza en la maleabilidad del futuro y deseo de imaginar desde una visión amplia, y de acoger la incertidumbre con sus riesgos. 

Por su parte, desarrollar en las organizaciones la competencia de pensamiento estratégico demanda, según Robert Kabacoff (2016), que aquellas provean a sus colaboradores de información clara sobre la estrategia definida para que cada persona entienda cómo cada cosa que hace está ligada a ella, y que los alimenten de información estratégica sobre lo que sucede adentro y afuera del negocio como insumo que promueva el pensar con y desde la estrategia. Implica, además, que la organización diseñe espacios de pensamiento estratégico, incluso estableciendo mentores en tal sentido para las personas de alto potencial, y que forme a sus integrantes incorporando conceptos y herramientas de estrategia empresarial para agudizar su capacidad de observación y análisis, e incrementar su aporte para la formulación y ejecución de aquella. 

Una mirada colectiva más estratégica, amplia y de largo plazo abre en la organización la puerta a la imaginación, esa maravillosa capacidad humana de simular las consecuencias futuras de las decisiones presentes y pilar básico del pensamiento estratégico, aquel del que nacen las hipótesis y que ve el futuro como una posibilidad de múltiples escenarios. Finalmente, para personas y organizaciones, robustecer su capacidad de pensamiento estratégico requiere de tiempo para reflexionar: pensar también es trabajo de verdad.

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Estrategia: del dicho al hecho

Factores claves para la ejecución de la estrategia empresarial.

“Logra mejores resultados una mala estrategia bien ejecutada que una buena con una pobre ejecución”. Esa afirmación, tan popular como controversial, motiva esta mirada desde la orilla de lo gerencial a aquello que expertos, en forma prescriptiva, nos sugieren a los gestores de las organizaciones como factores claves para llevar la estrategia de los planes teóricos a la generación de valor tangible. 

Un elemento fundamental es tener claridad sobre la estrategia en sí misma para poderla comunicar de forma efectiva, lo cual motiva a la acción, genera identidad y sentido de pertenencia en quienes la ejecutan. Las personas valoran que su trabajo tenga sentido, y el conocimiento sobre el norte de la empresa y su forma de generar valor les permite reconocer la relevancia de su contribución cotidiana. Una condición necesaria para lograr una buena ejecución es comunicar apropiadamente la estrategia, y para hacerlo con efectividad, esta debe ser simple y clara. En estrategia empresarial también la simplicidad es la mayor sofisticación: de ella deriva la claridad, y de esta última los resultados.

Otro factor indispensable al momento de pasar de lo imaginado a la realidad tiene que ver con el talento humano y la forma en la cual está organizado. Además del necesario liderazgo, es vital contar con una cultura organizacional que sirva bien a la estrategia escogida, tener a disposición las personas con las competencias necesarias y ensamblar una estructura pertinente que privilegie los procesos claves, y en la cual haya una plena definición de responsabilidades y derechos de decisión. 

Un vacío crítico al momento de ejecutar la estrategia es la falta de recursos suficientes, bien sean económicos o de infraestructura, y más comúnmente de talento. Las estrategias formuladas en términos poco realistas, más desde el deseo y con el foco puesto solo en el largo plazo, se encuentran muy fácilmente con ésta realidad al momento de ponerse en marcha. Al largo plazo, se llega después de transitar exitosamente el corto y el mediano plazo. Las empresas que sobresalen por su ejecución, enfocan en primera instancia sus recursos, siempre escasos y costosos, en los temas críticos que les permitan victorias tempranas para darle una inercia positiva al proceso, construyendo así confianza en el mismo desde todas las partes interesadas. 

Otra recomendación común al poner en marcha la estrategia es definir las métricas o indicadores que permitirán monitorear acertadamente el progreso en su ejecución. Y aparece acá uno de los retos más significativos. Para medir lo relevante, lo realmente estratégico, hace falta tener plena claridad, precisamente sobre la estrategia, esto es, sobre los objetivos definidos y la forma elegida de competir, etc. La calidad de los indicadores de gestión es función para visualizar con nitidez la realidad y progreso de los negocios de acuerdo a la ruta escogida para desarrollarlos. 

Finalmente, es de la mayor relevancia la identificación y remoción de los obstáculos que normalmente encontramos en el camino. En general, los estudiosos de estos temas reconocen que la cultura y la estructura de la organización son generadores muy importantes de dificultades al ejecutar la estrategia.

Así mismo, las camisas de fuerza que le imponen a las empresas algunos activos o negocios en los que participan, y los apegos, muy humanos, que dificultan desprenderse del pasado para trascenderlo y dar paso al futuro. Una estrategia formulada a conciencia encontrará, por lo general, las mayores barreras y oportunidades para hacerse realidad en el ámbito de las personas. 

Cuando en las empresas lo que esperamos no resulta como deseamos, bien vale la pena hacerse preguntas alrededor de todos estos asuntos. Identificar, reconocer y gestionar las brechas en la ejecución de la estrategia, acorta el camino en el proceso de pasar del dicho al hecho.

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Competencias indispensables en un miembro de junta directiva

Consideraciones para escoger a los miembros de una Junta Directiva.

Las asambleas de accionistas tendrán pronto la tarea de elegir la junta directiva en sus empresas. Esa relevante labor hace interesante revisar algunos criterios para acertar en tal decisión, compatibles con visiones académicas y teóricas del gobierno corporativo, pero traducidos a la práctica desde la experiencia de quienes ejercemos tales cargos en las organizaciones.

Algunos estudiosos del gobierno corporativo sintetizan las responsabilidades de la junta en dos aspectos: aconsejar y controlar. Para cumplirlas, un miembro debe tener competencias y características personales y profesionales. 

A nivel personal, requiere contar con una impecable reputación y un elevado sentido ético. Ese órgano de gobierno es vital, en términos de legitimidad y reputación, para la empresa, frente a las partes interesadas que la rodean y componen. Por elemental que parezca, ese requisito no debe ser ignorado. Igualmente, necesita carácter, acompañado de habilidades relacionales como condición para el ejercicio de la independencia y la defensa de los intereses de la empresa por encima de los particulares de algún accionista, miembro de junta o de la administración ejecutiva. 

El miembro de junta requiere competencias para comunicarse; esto es expresarse y escuchar, y habilidades en negociación, acompañadas del alto nivel de inteligencia emocional, que demanda conservar la lucidez en medio de la presión y el conflicto, de la disposición a trabajar en equipos heterogéneos, y del interés por aprender y conocer del negocio. Muchas virtudes son deseables más allá de las mencionadas, pero, si fuera necesario priorizarlas, las mejores prácticas nos dirían que las estas son primordiales. 
En el campo profesional, es deseable que el miembro de junta cuente con experiencia de negocios relevante, incluso administrativa, conjugada con su capacidad de pensamiento estratégico, alguna experticia especializada pertinente y competencias financieras básicas. La diversidad con complementariedad es valiosa en una junta.

No es indispensable ser experto en el negocio particular de la empresa para ser miembro, sin embargo, es de valor que quien llegue al cargo aporte en alguno de los ámbitos estratégicos más críticos para la organización. Las buenas juntas entienden la estrategia y las necesidades de la empresa, y tienen claro el conocimiento, las competencias, la actitud y las relaciones externas que requieren sus miembros para acompañar a la alta gerencia. 

La formación académica es valorada en una junta, aunque en los niveles más elevados de dirección, la relevancia de la experiencia y de los logros suele estar por encima de la educación formal. No sorprende que algunas organizaciones prefieran miembros que pertenezcan a otras juntas y que lleven años en ese oficio, el cual se ha convertido casi en una profesión, ya que su actividad en el mundo de los negocios los convierte en un canal vital de comunicación de la empresa con el exterior. Considerar las necesidades vigentes en cuanto a gobierno corporativo es un criterio a tener en cuenta para elegir la junta, y también la naturaleza de la empresa, bien sea listada en bolsa, familiar, un emprendimiento, una adquisición o una reestructuración.

Es frecuente observar que empresas incluyan en sus juntas a personas de amplia trayectoria y reputación corporativa, a ejecutivos de reconocidas organizaciones, a prestigiosos académicos o funcionarios retirados de importantes cargos públicos. Además del valioso aporte que pueden hacer, esos miembros llegan con la intención de fortalecer la reputación de la compañía, de robustecer su gobierno, de mejorar sus relaciones externas, y de darle confianza a determinados grupos de interés.

Una buena junta directiva es un verdadero generador de valor tangible para las empresas, por eso su escogencia es una tarea que requiere de análisis e intencionalidad por parte de los accionistas.

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Los temas que deben ocupar a una junta directiva

Los temas relevantes que deben ocupar la agenda de la Junta Directiva.

La responsabilidad de la junta directiva en una empresa trasciende hoy a la costumbre común de limitarse a una mirada retrospectiva de los negocios y de sus estados financieros, o incluso a ser una reunión social con agenda abierta de personas de confianza de los accionistas o de la gerencia. 

Un estudio publicado por la consultora McKinsey en el 2014, evaluó los temas que ocupan a las juntas consideradas de alto desempeño. En el primer lugar, se ubicaron los asuntos estratégicos, seguidos por aquellos relacionados con la gerencia del desempeño, las inversiones relevantes, la administración del talento humano, la gestión de los riesgos y el gobierno corporativo. 

En el 2016, otro estudio, de la misma firma, reveló que las juntas quisieran dedicar más tiempo para mejorar su generación de valor a la organización en temas relacionados con la estrategia, la gestión del talento humano y de los riesgos. Las principales falencias que dichas juntas identificaron en su gestión tenían que ver con su poca dedicación a definir la formación de un sucesor viable del gerente general, al desarrollo de sucesores potenciales en otros cargos claves, a asegurar la disponibilidad de los recursos necesarios para la ejecución de la estrategia escogida, y al monitoreo del desarrollo de la cultura organizacional deseada.

Cada junta directiva tiene una personalidad, una inercia, y es normal que se ajuste en su agenda y comportamiento a las necesidades particulares y naturaleza de la organización que orienta. Presente tal consideración, es también importante que las juntas tengan claros los temas que son de relevancia en sus sesiones para la gestión de los negocios.

La junta directiva necesita discutir acerca de la estrategia de la empresa, sobre la razón de ser de la organización y los objetivos definidos para su negocio, en relación a su forma de competir y los recursos necesarios para hacerlo de manera exitosa, considerando los avances y obstáculos que aparecen en el camino, e imaginando el crecimiento en función de la empresa y su entorno. Una buena junta alimenta a la empresa del contexto exterior y vigila la dinámica del ambiente en el que se mueve.

Así mismo, la junta debe invertir tiempo en alinear políticas para la gestión del talento humano y hacer seguimiento a su ejecución, al desarrollo de la cultura organizacional deseada, a un plan intencional de sucesores internos, a la dinámica de la estructura organizacional y a los modelos de remuneración. De la mayor importancia es que la junta esté al tanto de la situación financiera de la empresa, de sus resultados económicos y situación de flujo de caja, de su endeudamiento y necesidades de capital, de la pertinencia y razonabilidad de los proyectos de inversión, y de detectar a tiempo posibles riesgos en dicho ámbito.

Es muy relevante, igualmente, que en la junta se discuta el enfoque y planes de la compañía en el campo de la responsabilidad social empresarial, y que participe en la definición de políticas y proyectos para la gestión de riesgos, tanto operativos como reputacionales. Un tema siempre importante es el seguimiento a la gestión del sistema de control interno y a los informes periódicos de la revisoría fiscal. La junta es parte de los administradores de la empresa.

El universo amplio de temas pertinentes para una junta obliga a que sus miembros estudien juiciosamente la información recibida antes de las sesiones para dedicar el tiempo en ellas a la discusión de lo importante y a mirar más hacia el futuro. Balancear en las conversaciones el corto y el largo plazo, el pasado y el futuro, lo urgente y lo importante, es siempre un reto para toda junta directiva.

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