Juntas Directivas: Reflexiones personales antes de aceptar ser su miembro

Asumir la responsabilidad de ser miembro de una Junta Directiva es un extraordinario espacio de desarrollo profesional y personal. Al respecto, escribí una columna en el diario Portafolio denominada “Atractivos de pertenecer a una Junta Directiva”. Considerando las bondades del cargo, al recibir la invitación a participar de una Junta Directiva es de la mayor importancia hacer un ejercicio juicioso de “debida diligencia” respecto a la empresa u organización en diversos aspectos, así como alinear expectativas alrededor del aporte que se espera del nuevo miembro y de las motivaciones para considerar su nombre. En ese sentido, escribí también para el diario Portafolio una columna denominada “Juntas Directivas”, en la que planteo precisamente cuáles son esos ámbitos a explorar y conocer de la organización antes de aceptar la invitación a ser miembro de su Junta, y los posibles caminos para abordar tal indagación.

Un eslabón de la mayor importancia dentro de esta reflexión tiene que ver con las preguntas que a nivel personal es pertinente hacerse antes de aceptar el cargo, y luego de haber llevado a cabo el proceso de “debida diligencia” organizacional mencionado, así como teniendo claras las bondades y los riesgos potenciales que trae consigo ser miembro de una Junta Directiva. 

El proceso de “debida diligencia” personal, abordado cuando se está ya provisto de los insumos anotados, parte de una pregunta fundamental: ¿Cuál es mi verdadero potencial para agregar valor en esta Junta Directiva desde mis conocimientos, experiencia y red profesional? Entendiendo que el propósito de hacerse parte de una Junta Directiva es entablar con la organización una relación de doble vía, constructiva y equilibrada, la respuesta a esta pregunta debe estar plenamente clara antes de aceptar el cargo. Ser considerado como candidato para ocupar esa posición genera una intuición educada para pensar que el potencial para agregar valor existe, sin embargo, validar honestamente a nivel personal que esa posibilidad es tangible, ya en posesión de un amplio conocimiento sobre la organización y sus necesidades, y con un mayor entendimiento de lo que ella espera del nuevo miembro y de las motivaciones para invitarlo, es un paso responsable y necesario.

Aparecen otras preguntas que hacen parte también de este análisis personal. Estas son algunas de ellas: ¿Estoy en condiciones de asumir este reto? Esta se refiere a la disponibilidad de tiempo para asistir a sesiones y prepararse adecuadamente para ellas, y para asumir la responsabilidad que requiere como tal el cargo. ¿Me identifico con el propósito superior de la organización y estoy dispuesto a representarlo públicamente? Con esta pregunta validamos, principalmente, nuestra identidad ética con la organización. ¿El nivel de riesgo percibido en lo legal y reputacional es compatible con mi tolerancia al mismo, con mi carrera y proyección profesional? Cuando el oficio principal de una persona no es ser miembro de Juntas Directivas, es definitivo cuidar sus prioridades y no distraerse innecesariamente. ¿Es esta una oportunidad real para crecer profesionalmente? La responsabilidad y riesgo que se asumen, que contrastan con una remuneración con frecuencia modesta, deben estar compensados por la posibilidad real de materializar varios de los atractivos de pertenecer a una Junta Directiva. ¿Estoy seguro de no tener ningún conflicto de interés al asumir el cargo? En caso de existir, estos deben ser puestos inmediatamente de presente para analizar si es posible gestionarlos o si es motivo para retirarse del proceso y dejar de aspirar al cargo. A manera de referencia, algunos elementos adicionales para hacer esta autoevaluación aparecen en mi columna “Competencias indispensables”, en la cual menciono las consideraciones a tener en cuenta para escoger a un miembro de Junta Directiva, y en la columna “¿Cómo evaluar a una Junta Directiva?”.

La claridad sobre todas estas reflexiones personales, que buscan identificar elementos de compatibilidad e incompatibilidad ética y práctica, es la clave para materializar los beneficios que en lo profesional ofrece el privilegio de hacer parte de una Junta Directiva, y para lograr, de manera tangible y honesta, hacer el aporte que las organizaciones necesitan de sus directores.

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